Nada más lejos de mi intención que presentarme como defensor de ninguna causa, de ninguna odisea, como profeta tocado por los dioses. Soy simplemente una persona que ha descubierto su camino hacia la vida, su propio camino para habitar el mundo en libertad.
Estas palabras pueden sonar huecas, hoy en día que tanto se habla y se ha convertido en una ciencia el hecho de usar las palabras desconectadas de las intenciones. Pero lo cierto es que nuestro sistema de vida está basado en la aceptación de la enfermedad y la muerte. Se mire hacia donde se mire, los valores imperantes, los objetivos inmediatos, denotan que vivimos en una sociedad enferma.
Pero la vida, eso que es lo único que de verdad poseemos, nuestro auténtico tesoro, no tiene nada que ver con todo ello. La vida… me vienen muchas palabras a la boca, y me siento tentado de decirlas todas atropelladamente… como si fuera posible descubrirle la verdad a nadie, como si se pudiera decir aún algo original. Lo único original es vivir. Vivir esta vida individual que es irrepetible, la mía, un misterio.
Negarse a aceptar cualquier sentencia de trabajo forzoso, de enfermedad irreversible, de muerte prematura; cualquier condena a una vida insignificante y anodina.
Para ello hay muchos caminos. El camino es siempre eso que llaman espiritual, porque sólo abriéndose al espíritu se sale de los rediles, se regresa a la verdadera vida.
El mío es el de las Plantas Sagradas, pero muchas personas lo encontraron por otros senderos. Y no es mi intención, repito, necesito que quede bien claro, hacer pasar ninguno por mejor que otro.
El que a cada uno le abra el arcón del tesoro, la herencia de la vida, el corazón que late en su pecho, ese es el bueno.
Con el tiempo Esperanza, mi esposa, compañera de viaje y trabajo, hemos “dejado que suceda”; caminar juntos, libres de cargas del pasado, aprendiendo, viviendo en el presente, sabiendo que somos eternos aprendices de la vida, del amor, del respeto y la libertad.
Josep Vila y Esperanza López